Seguimos jugando con cosas que no existen, pagándoles sueldos de reyes a inútiles, todo para decir que estamos a favor de la unión latinoamericana. Pero. ¿a quién quieren engaña?
Jugando a la Unasur
Hans Cristian Andersen es uno de los mejores autores de cuentos para niños del siglo XIX. Dentro de la vasta obra de ese gran escritor danés, muchos lectores recordarán el relato titulado "El traje nuevo del Emperador" a quien le gustaba exhibirse todos los días con trajes diferentes y al cual dos estafadores engañaron, diciéndole que eran capaces de hilar las mejores telas del mundo, las que tenían la cualidad de ser invisibles para quienes no supiesen desempeñar sus cometidos o fuesen extraordinariamente tontos. Entusiasmado, el Rey se mandó hacer un traje con la tela que le ofrecían, y ya listo, se paseó sin ropas bajo un alto dosel mientras dos chambelanes sostenían una inexistente cola. Para no quedar comprendidos en aquella doble condición, todos los nobles elogiaban la hermosura de la tela y la calidad de los dibujos, hasta que un niño se le ocurrió decir: pero si va sin ningún traje. Muchas veces se ha recurrido a citar ese cuento para identificar a quienes no reconocen las cosas obvias o no se animan a llamarlas por su nombre.
Con la Unión de Naciones Suramericanas, más conocida como Unasur, ocurre algo parecido. Se trata de un mamarracho y casi nadie se anima a decirlo. Nacida el 23 de mayo del 2008 en Brasilia, bendecida por doce países del Continente empujados por Venezuela, con el propósito de "construir una identidad y ciudadanía suramericana y desarrollar un espacio regional integrado" nadie trató de disimular que era un instrumento de rebeldía contra Estados Unidos, lo que no impidió que una de las versiones oficiales del Tratado se redactara en inglés y que entre los idiomas oficiales de la Unión también se reconociera el inglés, pese a que ese no sea el idioma de ninguno de los países que la integran. La primer sorpresa que agrede al lector del instrumento es que dentro de los órganos de la Unasur se alude a un "Consejo de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno"; a un "Consejo de Ministras y Ministros de Relaciones Exteriores" y a otro de "Delegadas y Delegados" incorporando a los textos internacionales aquella discriminación de género que el Presidente Vázquez lanzara al asumir el cargo ("uruguayos y uruguayas") y que los súbditos recogieron en forma casi unánime desconociendo lo que dispone la Real Academia.
No es ese el único defecto que se le pueda imputar. El artículo 26 dispone que entrará en vigor "treinta días después de la fecha de recepción del noveno instrumento de ratificación" y hasta el momento sólo lo han ratificado seis países, Bolivia, Ecuador, Guyana, Perú, Venezuela y Argentina y la mayoría ni siquiera lo han aprobado -como es el caso de Uruguay-, lo que no ha impedido que en los dos años transcurridos, unos señores que no son desocupados y que se presume tienen mucho que hacer, entre otras cosas, se hayan reunido en un Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores de un solo sexo, intentando mediar en el conflicto que mantienen Colombia y Venezuela y se hayan sacado fotos de familia alimentando una vida artificial propia. Disponiendo incluso de un Secretario General nombrado y cobrando sueldo, a cuya designación contribuyera Uruguay sumándose rápidamente a un consenso también irregular, ya que el proyecto de Tratado dispone que el titular debe residir en Quito y tener dedicación exclusiva al cargo, en una doble exigencia que no se cumple y de lo cual ninguno de los Estados se da por enterado.
Nuestro país, por su parte, que se negó a votarlo durante la administración Vázquez, procedió rápidamente a darle su voto a través del Presidente Mujica, con la complicidad del Ministro de Relaciones Exteriores que debió haberle advertido que se trataba de un disparate, y ahora deja dormir el texto en la Comisión de Asuntos Internacionales de la Cámara de Diputados, anunciando que el tema no se discutirá antes de fin de año.
Esa falta de seriedad, dando por vigente lo que no ha sido aprobado, jugando a las visitas como parte de un organismo de papel, justificaría que otro niño, como aquél del cuento, diga "Pero si no existe".
El País Digital
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