viernes, 10 de agosto de 2012

Prisioneros de la arbitrariedad

Extraído del “Correo de los viernes”


Cuando el 9 de agosto de 2006 el Presidente Vázquez dijo que EE.UU. ofrecía un acuerdo de libre comercio al Uruguay y que había que aceptarlo porque “el tren pasa una sola vez”, dejó al país enfrentado a una decisión existencial realmente crucial. Tanto el Presidente como el Ministro de Economía, Cr. Danilo Astori, estaban de acuerdo y recogieron de inmediato el apoyo entusiasta de toda la oposición. Pocas veces se advirtió una mayoría política tan fuerte. Sin embargo, el Ministro de Relaciones Exteriores, Sr. Gargano, con el apoyo del PCU y ciertas “bases” frentistas, encabezó una oposición que postergó y finalmente frustró aquella propuesta histórica. Tres meses después, el propio Dr. Vázquez dijo que se encararían otras fórmulas, descartando el tratado de libre comercio.
Más tarde, en marzo de 2007, visitó el país el Presidente Bush y pareció que era el momento de revivir la idea. Nada menos un presidente estadounidense llegaba a nuestro país ofreciendo buena voluntad. Nuestro gobierno insistió en otras modalidades de relación comercial y quedó enterrado el tema.
Naturalmente, emprender el camino propuesto nos imponía negociar una autorización en el Mercosur. Tal cual en su tiempo había ocurrido con el tratado que liberalizó el comercio entre México y Uruguay. Desde ya que no era un debate sencillo, pero bien plantados, con poderosos argumentos, como teníamos, seguramente hubiéramos tenido éxito. Incluso, en caso contrario, hubiera sido el momento de replantear nuestra ligazón con el Mercosur y modificar el estatuto de miembro pleno.
La marcha atrás dio lugar a discusiones y la ciudadanía se fue inclinando hacia un lado u otro por razones políticas o intuiciones económicas. Pocos advertían que aquella actitud nos dejaba realmente prisioneros de un Mercosur desfalleciente, donde las restricciones al comercio y las arbitrariedades de Argentina limitaban seriamente nuestra soberanía económica.
Pasados los años, hoy el país sufre las consecuencias de aquella penosa marcha atrás. Estamos realmente subordinados a un gobierno argentino que nos trata como provincia, ante la mirada algo distante de Brasil. Cuando cierran imprentas o fábricas y pierden su empleo miles de trabajadores, se visualizan las consecuencias dramáticas de aquella decisión.
La responsabilidad recae en todo el Frente Amplio. En el gobierno del Dr. Vázquez, por desaprovechar la ocasión, pese al apoyo que tenía, y retroceder con debilidad ante el planteo prejuicioso del viejo antiyanquismo. En el del Presidente Mujica, por no haber sabido manejar la relación con Argentina de un modo más digno y efectivo.
Todavía suele decirse que no sabemos qué hubiera ocurrido con ese acuerdo, cuando es notorio que nuestros productos exportables, de origen agropecuario, acceden al mercado internacional y se hubieran preservado por el simple peso de su competitividad. Mientras que sectores industriales, el textil por ejemplo, tan tradicional en nuestro país, hubieran sobrevivido. Los aranceles de importación que pagaban nuestras confecciones y tejidos en EE.UU. nos sacaron de competencia, incluso frente a países de nuestra región que entraban —y entran— desgravados.
Como se advierte, fue un momento crucial y nadie hoy puede dejar de advertir la magnitud del error de ese Frente Amplio ideológico y prejuicioso que aun no ha terminado de liberarse de sus viejos eslóganes.
El daño infligido al país no tiene parangón conocido. Hasta cabe pensar que haya sido el mayor extravío estratégico de toda nuestra historia independiente.

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