El 19/8/10 publicábamos el post “¿Ahora también negamos nuestra historia?” En él mencionábamos las ridículas palabras de un Sr. Que se historiador y que sostiene que no somos más que una amputación de Argentina. Pues bien, los hechos quizás le estén dando la razón, si no basta con leer lo que sigue
Paternidad argentina
Desde antes, mucho antes de su asunción a la presidencia de la república, primero como candidato y como presidente después, Mujica subordinó paulatinamente los intereses del país al espíritu centralista del gobierno argentino, y le facilitó de hecho la paternidad que ejerce sobre nuestros sucesos al matrimonio que "reina" en la presidencia del vecino país.
Hemos corrido como pichichos detrás de la pollera de la señora K, y vamos de reverencia en reverencia con el señor Kirchner, moderno Sarratea que ha vapuleado y vilipendiado a un timorato Jorge Batlle (ver el libro de Pintos y diarios de la época), en rigor un ser ciclotímico que ha cultivado con esmero, como a un guapo del 900, el presidente Mujica.
No ha vacilado nuestro primer mandatario en identificarse mental y afectivamente con el estado de ánimo del jefe de estado argentino, al punto que lo sentó de un plumazo en la secretaría de la Unasur, sin dejar de destacar públicamente "que no le pedía nada a cambio".
¡Pobre iluso! ¡Creyó que habría reciprocidad con el mal entendido caballero!
El expresidente Vázquez no le aflojó un tranco de pollo. Fue un intuitivo.
Pues bien, no quedó nada de positivo para nuestro país, dado que el levantamiento del corte en el puente ocurrió más bien por el desgaste piquetero que por la efectividad -que no se dio- del Poder Ejecutivo de la vecina orilla.
Más realistas que el rey, fuimos más allá del dictamen riguroso de la Corte Internacional de La Haya.
Permitimos el ingreso a la ex Botnia de inspectores argentinos propensos a declarar por adelantado, a viento y marea y sin estudios previos, la contaminación visual de la fábrica, de la atmósfera y del río.
Bien señala EL PAIS que creer en la objetividad de la ciencia vecina es muy ingenuo.
En otro orden, alcahueteamos con absoluta falta de decoro a los mandatarios argentinos, y corrimos desaforados a prohibirle recalar en Montevideo a una embarcación británica con destino a las Islas Malvinas, sin tener en cuenta que los ingleses, afortunadamente, le dan a los argentinos de su propia medicina.
También, cobra relieve el proyecto de construcción de una planta regasificadora en Montevideo, con capitales binacionales, que pretende la complementación de nuevas fuentes de energía entre los dos países. Pasan los meses y no hay señales de avance en la materia por parte de Argentina. Como no las hay, tampoco, para la adjudicación de obra y los estudios de impacto ambiental en el dragado del río Uruguay, tan importante para nuestro país.
Reflotamos a nivel sudamericano al marido de la señora K, decisión asumida bajo el concepto de que tenemos que llevarnos bien con nuestro vecino natural, cosa que nadie discute, pero que es un imposible a la luz de las apetencias hegemónicas del gobierno argentino.
En mayo, la señora K decidió negar permisos de exportación a empresas que recalen en Uruguay y su destino sea Brasil. También, circula un borrador de proyecto de ley que manejan las autoridades portuarias porteñas para impedir que los tránsitos y trasbordos de carga de ese país pasen por el puerto de Montevideo.
Nuestra posición, justo es reconocerlo, también se perjudica por la desidia y lentitud del gobierno uruguayo en tomar decisiones fundamentales en infraestructura. Nos referimos a inversiones en puertos y ferrocarriles, y a la decadencia paulatina que exhiben nuestras telecomunicaciones.
Se tacha de colonialistas a los ingleses por su permanencia en Malvinas, pero nadie dice nada sobre la voluntad unánime de sus habitantes de vivir bajo la bandera británica. Obvio, ¿a quien puede gustarle ser gobernado bajo estos subproductos del peronismo recalcitrante?
Hoy hacen gárgaras con los derechos humanos; le niegan a Chile la extradición de un asesino confeso, y no tenemos en cuenta que hace cien años un Canciller porteño, (Estanislao Zeballos), por cierto que ni mejor ni peor que Timerman, sostenía que la soberanía del Uruguay en el Río de la Plata llegaba solamente hasta las rocas.
Y seguimos confiando...
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