lunes, 7 de mayo de 2012

VAMOS CAMINO A LO SUCEDIDO EN CUBA

GIJÓN, España, mayo, www.cubanet.otg -El Parlamento de Argentina acaba de aprobar la nacionalización de la empresa petrolera española YPF. En la acción pública de esta empresa por el Gobierno argentino, y la paralela operación de Evo Morales en Bolivia, nacionalizando la filial de Red Eléctrica Española, he encontrado un gran parecido con la simulación teatral que hizo Fidel Castro en el verano de 1960 en Cuba, cuando nacionalizó todas las empresas norteamericanas, a golpe de arenga, con la destrucción de los símbolos de esas empresas y ante el regocijo general de los presentes que coreaban: “Se llamaba”, cada vez que él nombraba una de ellas.




Se puede hurtar la cartera a un viandante en la calle Obispo de La Habana, o en una calle comercial de Barcelona, con habilidad, astucia y sin que se dé cuenta el afectado. Pero otra cosa es darle al transeúnte un fuetazo en el vientre, tirarlo al suelo, pisarle la cabeza y arrebatarle la cartera para mostrarla como un trofeo al auditorio sonriente.



Sabemos del derecho de los estados a nacionalizar las empresas ajenas, e, incluso, las propiedades de sus mismos ciudadanos. Siempre, claro, que la expropiación sirva para el bien común, sea una obra que beneficie a una mayoría y se indemnice de forma razonable a los anteriores dueños.



La historia nos ha mostrado que, cuando algunos estados hacen suyas las propiedades ajenas, no son para repartirlas entre las necesidades de sus ciudadanos. Ni responde a una urgencia perentoria que modifique de modo sustancial el bienestar de su gente. Ni tiene como objeto sanear las despensas particulares agredidas por una mala gestión gubernamental. Más bien responden a un gesto de afianzamiento nacional que a un beneficio social. A una proclamación de exacerbado amor patrio que a una prueba de cordura diplomática.



Si volvemos al pasado caribeño, podemos preguntarnos, ¿qué fue de las empresas que Fidel Castro expropió alegremente ante un auditorio embravecido como si hubiera conquistado en aquel instante la Quinta Avenida de Nueva York? ¿Dónde fueron a para los beneficios que esas empresas generaban en su momento? ¿En qué quedaron las infraestructuras, el personal, el prestigio y la proyección de un futuro halagüeño que se anunciaba para la población cubana? Más de uno me dirá que se lo pregunte a los cubanos. Y es cierto, a ellos debo preguntarlo. Aunque me reservo el derecho a razonar, que no me parece que nada de lo antedicho haya recaído en el bien de los cubanos. Ni en su mejora económica, ni en su comodidad de vivienda, ni en su patrimonio personal después de 52 años de aquellos hechos.



Todo ese pasado cubano se puede ahora trasladar, con poco riesgo al error y salvando la distancia en el tiempo, a la Argentina y la Bolivia actuales. El futuro nos acabará dando la razón. Todo el patrimonio nacionalizado, que tendrán que pagar de una forma o de otra, con todo lo que eso supone de desembolso económico, de conflicto diplomático y de tensiones intergubernamentales, no va a recaer de modo milagroso y fulminante sobre una población necesitada. Más bien parece una manifestación personalista, paternalista, populista, que espantará a todo lo que suene a inversión y credibilidad para estos países, que un hecho benefactor, sereno y positivo.



Si en España dolió ese proceso expropiatorio no solo fue por el modo: En el caso argentino, con premeditación, vanagloria, como si hubieran reconquistado las Malvinas sin un cañonazo, “vendiendo” la operación al pueblo como si se hubieran librado de unas imaginarias cadenas españolas. En el caso de Bolivia: Con el puño en alto dando a la operación un claro énfasis político, rodeando las oficinas con el ejército, como si los administrativos que las ocupaban se defendieran con los bolígrafos atrincherados tras los ordenadores. Si no que también dolió porque nunca se esperaba en España un trato así de un país iberoamericano. Países con los que la historia, no nos ha condenado a convivir, sino que nos ha invitado a festejar juntos un destino que ha venido siendo de idioma común, de intercambio de emigrantes en ambas direcciones desde hace siglos, de apoyo recíproco en muchas ocasiones, de residentes españoles allá y de iberoamericanos acá. Y de apellidos compartidos desde hace lustros.



Bien es cierto que las personas pasan y los pueblos se quedan. A estos habrá que recurrir para que juzguen, pasado el tiempo, desde la práctica y las consecuencias cada acción de sus propios gobiernos.



www.escritoresdeasturias.es



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