jueves, 31 de mayo de 2012

El sabio consejo de Marina Keegan antes de morir

Marina Keegan murió el sábado por la tarde en Dennis, Massachussets (EEUU). Tenía 22 años y acababa de graduarse en periodismo en Yale. De hecho, le esperaba un puesto en la prestigiosa revista The New Yorker en junio. Pero el destino quiso que el auto que conducía su novio, Michael Gocksch, se saliera de la carretera. Él no tuvo ni un rasguño. Ella murió en el acto.

Su muerte, trágica como solo puede serla la de alguien tan joven con un futuro tan prometedor, le ha dado un valor adicional a algunos de los textos que Keegan había escrito en la universidad y que habían llamado la atención del país entero. No tanto ese en el que le pedía a sus compañeros que no se dejaran engatusar por el encanto de Wall Street: "La mayoría de los jóvenes, si son ambiciosos, se preparan para trabajar en algo que cambie el mundo: ciencia, arte, activismo… Pero lo que no paro de oír es a otros jóvenes que dicen que trabajando para JPMorgan o Morgan Stanley pueden ayudar mejor al bien público. ¿Por qué lo creen? Porque se lo dicen. Es ridículo". O ese musical que escribió y que se representará en el famoso Fringe International Festival de Nueva York.

El texto que más sentido cobra tras su muerte es otro.
Se trata de un artículo que escribió hace poco en el periódico de Yale, para despedirse de sus compañeros. Se titula Lo contrario a la soledad. Ya en el primer párrafo el texto desprende esa atrevida claridad que tienen los buenos escritores: "No tenemos una palabra para lo contrario a la soledad, pero si la tuviéramos, la usaría para decir que eso es lo que quiero en mi vida". Lo define un poco más adelante: "No es amor ni tampoco es una comunidad. Es la sensación de que hay gente, mucha gente, que está junta en esto. Que están en tu equipo. Se paga la cuenta y nadie se levanta de la mesa. Son las cuatro de la mañana y nadie se va a la cama. La noche aquella de la guitarra. Esa noche que no recordamos. Esa vez que hicimos, que fuimos, que vimos, que nos reímos, que sentimos".
Advierte Keenan que ese concepto que los mejores años de nuestra vida es el resultado del arrepentimiento. Del debería haber hecho…, del si hubiera hecho…, del ojalá hubiera hecho… Porque el arrepentimiento está ahí. "Somos nuestros peores críticos y siempre nos decepcionamos. Dormimos demasiado. Procrastinamos. Vagueamos".
Prosigue: "Pero lo que tenemos que recordar es que todavía podemos hacer cualquier cosa. Podemos cambiar de rumbo. Podemos empezar de nuevo. Hacer un máster o empezar a escribir. Nos estamos graduando. Somos tan jóvenes. No podemos, no DEBEMOS perder esta sensación de que todo es posible. Porque, al fin y al cabo, es todo lo que tenemos".
Es un consejo muy dirigido a la gente de su edad, pero todos podemos aprender de él. O de cómo remacha su columna: "Estamos en esto juntos, 2012. Vamos a hacer que pase algo en el mundo".
Ella ya no podrá hacerlo nunca. A los que sí podemos, nos queda su legado. Ese texto simple pero poderoso que nos recuerda nuestras obligaciones en la vida: crecer, realizar. Y cambiar el mundo.
Fuente Yahoo! España

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