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FUERON TODOS COMO AMODIO, TRAIDORES, ASESINOS Y TERRORISTAS
El pasado 26 de marzo llegó a El País un sobre blanco despachado en Madrid el 19 del mismo mes. En su interior, ocho hojas tamaño A4 escritas en computadora y al pie una firma hecha con lapicera negra con su correspondiente aclaración: Héctor Amodio Pérez. "Aclarando algunas cosas… a propósito de cómo se escribió la historia", se titula la carta.
Amodio Pérez desapareció hace 40 años, fue sentenciado a muerte por el MLN y nunca más se supo de su vida. En la historia oficial del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) Amodio ocupa dos lugares, el de ser uno de sus fundadores con prestigio ganado en operaciones armadas y también el de traidor. El grupo guerrillero lo responsabiliza por la caída de la organización en 1972, luego de negociar con el Ejército a cambio de su salvación la entrega de información fundamental que permitió la desarticulación definitiva del movimiento.
En la carta que llegó a El País, el presunto Amodio Pérez da su versión de hechos ya conocidos y describe charlas mantenidas mano a mano con algunos compañeros como José Mujica, Henry Engler o Julio Marenales. También ofrece detalles de la negociación con el Ejército, fundamentalmente con el entonces teniente segundo Armando Méndez. Relata un encuentro con el militar en el que también participó Alicia Rey, alias Mercedes, su pareja.
La carta describe: "Dirigiéndome a Méndez le dije, `si hay acuerdo conmigo pongo como condición que la incluya a ella`. `¿A cambio de qué?`, preguntó Mercedes. `Que me ordenen los papeles`, contestó Méndez señalando la mesa donde estaban las carpetas con las declaraciones de Píriz Budes. `Esos y los que tengo en la OCOA`. Nos miramos con Mercedes y dijimos que sí". El País supo que dicho encuentro existió y que los "papeles" aludidos eran el "Orden de Batalla" que le permitió al Ejército obtener nombres, alias y una detallada descripción de la estructura aún activa del MLN.
Pese a admitir tales hechos, en su carta el presunto Amodio Pérez afirma que no es un traidor y que cuando habló, el MLN ya estaba herido de muerte por las decisiones militares "equivocadas" que en su momento tomaron Raúl Sendic, Eleuterio Fernández Huidobro, Jorge Zabalza, Julio Marenales, Henry Engler y otros líderes a quienes acusa de "divisionistas".
Sobre el porqué de su aparición, explica en el primer párrafo: "La psicología y la sociología han sido para mí, en los últimos 40 años, no solo dos herramientas que me han valido para ganarme la vida; han sido también las que me han permitido, al principio desde la distancia y luego, a partir de 1998 de manera directa, conocer la evolución, estancamiento e incluso involución del pensamiento de gente que como yo, en aquel Uruguay de 1960, creímos que era posible cambiar el mundo y nos pusimos a ello, cegados por la luz del faro cubano que hoy, cincuenta y pico de años después, sigue emitiendo luz, aunque sea mortecina y casi siempre a destellos". Dice que no pretende hacer un "análisis del porqué ni del cómo lo hicimos" y que rompió el silencio porque durante años su padre y sus amigos le pidieron que se mantuviera "alejado del proceso político" pero ahora su padre ya no vive y una entrevista a Jorge Zabalza, que se conoció en febrero, lo motivó a escribir.
En su carta alude a conductas personales de Zabalza, Sendic, María Elia Topolansky (hermana de Lucía), Fernández Huidobro y José Mujica, aunque también ofrece una versión histórica diferente sobre la caída de la Cárcel del Pueblo y una interpretación personal de los mismos hechos que llevaron al MLN a tildarlo de traidor. Dice haber sido "elegido para cumplir el papel de cabeza de turco" y utilizado por el MLN para explicar la derrota militar
Un sitio en el que, espero, todo aquel que lo lea pueda dejar su opinión sobre los temas que se tratan
miércoles, 10 de abril de 2013
martes, 2 de abril de 2013
EL HOMBRE DE LA HABANA
Carlos Alberto Montaner
Un exagente cubano de inteligencia, quien se llama (o se hace llamar) Hernando, presumiblemente radicado en Estados Unidos, acaba de revelar un dato muy importante: las relaciones entre Nicolás Maduro y los servicios de espionaje y subversión de la Isla son anteriores a los contactos entre La Habana y Hugo Chávez.
Según Hernando, Maduro se formó en la Escuela Ñico López del Partido Comunista de Cuba a fines de los años ochenta. Su declaración se puede encontrar en YouTube.
A juzgar por esta información, Nicolás Maduro es mucho más que un simpatizante de la revolución cubana o un trasnochado marxista radical, platónicamente enamorado del comunismo: es un viejo colaborador de la inteligencia castrista. Por eso Raúl Castro convenció a Hugo Chávez de que éste era su heredero natural. Maduro formaba parte del grupo. Era uno de ellos.
Aparentemente, lo detectó y reclutó un hábil apparatchik cubano llamado Germán Sánchez, sociólogo y exembajador de Cuba en Venezuela, quien tenía a su cargo penetrar, organizar y conquistar el riquísimo país petrolero, algo que logró con habilidad por su trato peligrosamente agradable.
Años más tarde, Sánchez cayó en desgracia por las intrigas de la burocracia cubana. Raúl Castro no se sentía bien con él. Le parecía demasiado intelectual e independiente. Lo imaginaba como un apéndice de otro dirigente que había perdido su confianza: Manuel Piñeiro, Barba Roja, jefe del Departamento de América del Partido Comunista, el gran foco subversivo de la revolución.
Pero había otro factor en la destitución de Sánchez: Raúl Castro quería controlar directamente las relaciones con Venezuela. Si la revolución dependía de esos subsidios, no era sensato dejar estos vínculos en manos de alguien en quien no confiaba.
Eso quiere decir que Maduro, cuando se estrene como presidente electo, tratará de "radicalizar el proceso" por recomendación de La Habana. ¿Qué significa esa expresión? Quiere decir que abandonarán las pocas formalidades democráticas que subsisten invocando la necesidad de "salvar la revolución" de las traiciones y el acoso de los enemigos del pueblo.
Cuba no puede correr el riesgo de perder unas elecciones o un referéndum revocatorio en Venezuela. Un subsidio de 13.000 millones de dólares anuales, incluidos 115.000 barriles diarios de petróleo, es un botín demasiado jugoso para dejarlo escapar por un capricho de la aritmética.
Además, no sólo Henrique Capriles sabe que "Maduro no es Chávez". Raúl también comparte ese criterio. Chávez, por las torcidas razones que fueren, era un caudillo que conectaba con el pueblo y tenía las bridas de las instituciones esenciales. Maduro, por mucho que se empeñe en imitar al líder muerto, es otra cosa. Otra cosa opaca y densa que no despierta más emoción que la vergüenza ajena.
¿Cómo se maneja al pueblo para que obedezca y transite dócilmente hacia el control social total? Como siempre se ha hecho: mediante el miedo a los castigos, junto a la falsa ilusión de que los indiferentes no serán molestados y podrán continuar sus vidas sin graves inconvenientes.
En 1933, cuando los parlamentarios le entregaron todo el poder a Hitler tras la quema del Reichstag, estaban confiados en que las cautelas legales protegerían a los alemanes del establecimiento del totalitarismo. Sólo tardaron 52 días en descubrir su error.
El Parlamento alemán dictó una Ley Habilitante y Hitler, en pocas semanas, desmontó la democracia liberal de la República de Weimar. A partir de ese punto, a palo y tentetieso el Führer controló toda la autoridad y comenzó a prepararse para la guerra mundial y el exterminio paralelo de judíos, gitanos, homosexuales, minusválidos, y de toda persona que empañara el destino luminoso de la raza aria.
El señor Maduro sin duda dispondrá de la Ley Habilitante, como antes sucedía con Chávez. Sólo falta que alguien incendie el Parlamento o genere cualquier pretexto paraliquidar la farsa para siempre. O al menos, por un buen número de años. Eso es lo menos que La Habana espera de su hombre.
Un exagente cubano de inteligencia, quien se llama (o se hace llamar) Hernando, presumiblemente radicado en Estados Unidos, acaba de revelar un dato muy importante: las relaciones entre Nicolás Maduro y los servicios de espionaje y subversión de la Isla son anteriores a los contactos entre La Habana y Hugo Chávez.
Según Hernando, Maduro se formó en la Escuela Ñico López del Partido Comunista de Cuba a fines de los años ochenta. Su declaración se puede encontrar en YouTube.
A juzgar por esta información, Nicolás Maduro es mucho más que un simpatizante de la revolución cubana o un trasnochado marxista radical, platónicamente enamorado del comunismo: es un viejo colaborador de la inteligencia castrista. Por eso Raúl Castro convenció a Hugo Chávez de que éste era su heredero natural. Maduro formaba parte del grupo. Era uno de ellos.
Aparentemente, lo detectó y reclutó un hábil apparatchik cubano llamado Germán Sánchez, sociólogo y exembajador de Cuba en Venezuela, quien tenía a su cargo penetrar, organizar y conquistar el riquísimo país petrolero, algo que logró con habilidad por su trato peligrosamente agradable.
Años más tarde, Sánchez cayó en desgracia por las intrigas de la burocracia cubana. Raúl Castro no se sentía bien con él. Le parecía demasiado intelectual e independiente. Lo imaginaba como un apéndice de otro dirigente que había perdido su confianza: Manuel Piñeiro, Barba Roja, jefe del Departamento de América del Partido Comunista, el gran foco subversivo de la revolución.
Pero había otro factor en la destitución de Sánchez: Raúl Castro quería controlar directamente las relaciones con Venezuela. Si la revolución dependía de esos subsidios, no era sensato dejar estos vínculos en manos de alguien en quien no confiaba.
Eso quiere decir que Maduro, cuando se estrene como presidente electo, tratará de "radicalizar el proceso" por recomendación de La Habana. ¿Qué significa esa expresión? Quiere decir que abandonarán las pocas formalidades democráticas que subsisten invocando la necesidad de "salvar la revolución" de las traiciones y el acoso de los enemigos del pueblo.
Cuba no puede correr el riesgo de perder unas elecciones o un referéndum revocatorio en Venezuela. Un subsidio de 13.000 millones de dólares anuales, incluidos 115.000 barriles diarios de petróleo, es un botín demasiado jugoso para dejarlo escapar por un capricho de la aritmética.
Además, no sólo Henrique Capriles sabe que "Maduro no es Chávez". Raúl también comparte ese criterio. Chávez, por las torcidas razones que fueren, era un caudillo que conectaba con el pueblo y tenía las bridas de las instituciones esenciales. Maduro, por mucho que se empeñe en imitar al líder muerto, es otra cosa. Otra cosa opaca y densa que no despierta más emoción que la vergüenza ajena.
¿Cómo se maneja al pueblo para que obedezca y transite dócilmente hacia el control social total? Como siempre se ha hecho: mediante el miedo a los castigos, junto a la falsa ilusión de que los indiferentes no serán molestados y podrán continuar sus vidas sin graves inconvenientes.
En 1933, cuando los parlamentarios le entregaron todo el poder a Hitler tras la quema del Reichstag, estaban confiados en que las cautelas legales protegerían a los alemanes del establecimiento del totalitarismo. Sólo tardaron 52 días en descubrir su error.
El Parlamento alemán dictó una Ley Habilitante y Hitler, en pocas semanas, desmontó la democracia liberal de la República de Weimar. A partir de ese punto, a palo y tentetieso el Führer controló toda la autoridad y comenzó a prepararse para la guerra mundial y el exterminio paralelo de judíos, gitanos, homosexuales, minusválidos, y de toda persona que empañara el destino luminoso de la raza aria.
El señor Maduro sin duda dispondrá de la Ley Habilitante, como antes sucedía con Chávez. Sólo falta que alguien incendie el Parlamento o genere cualquier pretexto paraliquidar la farsa para siempre. O al menos, por un buen número de años. Eso es lo menos que La Habana espera de su hombre.
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